Salud Mental 2016;
ISSN: 0185-3325
Don Quijote, un paciente mental glorioso y kafkiano
Francisco Alonso-Fernández 1
1 Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid; Miembro del Comité Internacional de Salud Mental.
El estudio de la historia personal de don Quijote con un método fenomenológico comprensivo y estructural, con la metodología propia de esta nueva ciencia que es la psicohistoria, puede ayudarnos a desentrañar dos grandes incógnitas: cómo era en realidad don Quijote y por qué fue como fue.
I
Don Quijote fue, sin duda, un personaje de ficción, o sea una criatura literaria. Con una óptica clínica y humanística se le contempla como dotado de un perfil humano. Una vida humana desplegada en forma de una historia personal. La historia personal de don Quijote es el eje de la monumental novela de Cervantes.
El estudio de la historia personal de nuestro héroe con un método fenomenológico comprensivo y estructural, con la metodología propia de esta nueva ciencia que es la psicohistoria, puede ayudarnos a desentrañar estas dos grandes incógnitas:
−Cómo era en realidad don Quijote
y
−Por qué fue como fue.
II
Nace don Quijote como producto de la transformación delirante del hidalgo Alonso Quijano. Éste se transformó en don Quijote al ser presa de un delirio de autometamorfosis megalómano (de grandezas) global.
Una definición del delirio al alcance de todos es presentarlo como una reconstrucción desrazonada de la realidad, mantenida con una convicción profunda e impermeable a las experiencias personales y a la refutación lógica. Lo que falla en el delirio es el sentido de realidad. Constituye el delirio un emblema de lo que antes se llamaba locura y, desde hace dos siglos, psicosis.
El delirio de autometamorfosis del que nace don Quijote engloba la identidad y la autoimagen con un significado de grandeza. El cambio de identidad se manifiesta por el ingreso en la profesión de caballero andante (una Orden extinguida dos siglos antes), la toma de un nuevo nombre (recordatorio en su terminación de Lanzarote, el caballero de la Mesa Redonda más envidiado por mantener amores secretos con la reina Ginebra), la transformación de una rústica labradora gracias a un intercambio de miradas honestas en la amada princesa Dulcinea (Dulce Ana) y la conversión de su jamelgo, un famélico rocín, en un brioso corcel apodado Rocinante.
Asimismo, se transforma en un sentido megalómano su autoimagen, sintiéndose transmutado de escuálido hidalgo de 50 años (hoy equivale a más de 90), en un individuo juvenil revestido por las más excelsas cualidades psíquicas, físicas, sociales y eróticas, presentándose como hercúleo, valeroso, famoso y un seductor irresistible. Su tarjeta de presentación decía: “Yo soy el valeroso don Quijote de La Mancha, el desfacedor de agravios y entuertos”.
Se refuerza el delirio de la transmutación propia con la imagen delirante del cambio del mundo exterior, que nuestro héroe expresaba así: “Las cosas no son lo que aparentan”, “no hay que fiarse de las apariencias”. Tamaño desdoblamiento de la realidad lo atribuía don Quijote a la obra implementada por magos enemigos suyos que le tenían envidia y actuaban movidos por la intención de hurtarle victorias o infligirle derrotas. En suma, los encantadores muertos de envidia se empeñaban en confundirle y hacerle fracasar en sus aventuras. Don Quijote no podía ocultar sentirse enorgullecido de contar con poderosos enemigos que concentraban su preocupación en conducir su vida a una cadena de fracasos.Al sentirse perseguido por notables encantadores se sentía aún más grande.1
Este sistema delirante, extendido al mundo interior y al exterior, estaba generado por las fantasías grandiosas del hidalgo, esquematizadas en transformarse en caballero, un destino imaginario y desiderativo, puesto que el sueño del hidalgo de aquel tiempo era adquirir el rango de caballero.
Lo único respetado por la transmutación delirante del hidalgo era su condición humana y su género masculino. Ya transformado en don Quijote, no se modificó su estirpe humana (incluso hominizado por el genio irónico de Cervantes) ni su adscripción al género masculino. Cervantes pudiera haber presentado a su criatura con la apariencia de un animal, tal vez un dragón, o como una mujer, tal vez una amazona. También pudiera haber recurrido a un ser híbrido, como un centauro o una sirena. Lope de Vega, su gran rival, propuso convertir a don Quijote en una figura femenina en su obra La dama boba, en 1613: “Que ha de haber un Don Quijote mujer que dé que reír al mundo”, observación que le sentó muy mal a Cervantes.
Tal transmutación delirante casi total se acompañó de un cambio en la conducta del hidalgo: comenzó a manifestarse hiperactivo y se le borró la necesidad de dormir. Tal hiperactividad psicomotora se tradujo en la conducta externa en un movimiento ocupacional insólito entregado a mover su patrimonio con prodigalidad, malvendiendo parcelas de terreno para adquirir libros, y en su interior dio lugar a un tropel de fantasías y ocurrencias admitidas como realidades, lo que le llevó al delirio ya comentado.
Este cuadro clínico inicial, constituido por un sistema delirante en el contexto de una hiperactividad psicomotora, daba a cualquier espectador imparcial la impresión de hallarse ante un sujeto arrebatado por una euforia patológica delirante, en términos nosológicos una hipomanía delirante.2
III
La verdadera causa de este cuadro clínico residía en un 90% en la determinación genética (en forma de unos genes bipolares). Unos genes movilizados por sí mismos en la fase involutiva de la vida, contando en este caso con el débil apoyo proporcionado por una vida vegetal o estéril. El cuadro de la hipomanía delirante es relativamente frecuente en la edad involutiva (de 60 años para arriba), a partir de un comienzo genético casi autóctono.
La causa de la transformación del hidalgo en don Quijote la atribuye Cervantes al enfrascamiento en la lectura de libros de caballerías, “leyendo por las noches de claro en claro y por los días de turbio en turbio”. Omite Cervantes decir que la afición a este tipo de lecturas estaba muy arraigada en los hidalgos para estimular sus sueños de transformarse en caballeros y que con la irrupción del cuadro hipomaníaco se extralimitó tomando la forma de un abuso.
Me parece que Cervantes se contradice en su estimación causal, ya que según manifestaciones del ama y la sobrina la metamorfosis personal del hidalgo era anterior a su absorción por la lectura. Su transformación se había iniciado con un profundo cambio de su conducta mediante la irrupción del binomio sintomatológico precoz integrado por la hiperactividad psicomotora exterior y el tropel de fantasías que le condujeron al delirio de autometamorfosis, conjunto asociado con la supresión del sueño, lo que le permitió enfrascarse en la lectura. Tal binomio sintomatológico se valora hoy como una avanzadilla del comienzo propio del trastorno bipolar.
Quedamos, pues, en descartar el abuso de lectura como la causa de la locura del hidalgo, al no ser sino uno de sus síntomas, que pudo haber obrado como un factor patoplástico, o sea un factor que indujo al hidalgo a canalizar su engrandecimiento en torno a la identidad de caballero andante, ya que en otro caso su megalomanía se pudiera haber reflejado en la figura de otro ser grandioso, tal vez un iluminado, un mariscal, un virrey o un papa.
Conviene advertir de todos modos que la lectura enriquece la salud mental, en lugar de deteriorarla. Cervantes no ignoraba en absoluto este aserto. Y si a pesar de ello valoró con un criterio tan pesimista el influjo de los libros sobre el leyente, podemos pensar que lo hizo fluctuando entre la ironía desplegada con la intención de activar el rechazo de este género de libros o proporcionar un halago a los inquisidores, los enemigos natos de los libros y la lectura (a comienzo del siglo XVI, más de un millón de volúmenes ardieron en la hoguera encendida por el cardenal Cisneros).
Al poco tiempo, a partir de la primera salida del caballero andante, el cuadro clínico integrado por el sistema delirante en el contexto de una hiperactividad psicomotora, se amplió con algunos síntomas distribuidos en las cuatro dimensiones siguientes:
−La euforia patológica ilustrada con un delirio de grandezas, combinada con la irritabilidad.
−La multiplicación de iniciativas y fantasías.
−La locuacidad y el entrometimiento en la vida de los demás.
−La reducción del apetito y el sueño.3
En profundidad, apreciamos en la existencia de don Quijote unas características propias en la conciencia moral y en las dimensiones del tiempo y del espacio.
Don Quijote atribuía la culpa de sus fracasos a las artimañas de los magos o los brujos que cambiaban la realidad para hundirle en la desventura. La exculpación propia manejada por don Quijote mediante la externalización de la culpa constituye un mecanismo muy utilizado por los hipomaníacos. Tal mecanismo se contrapone a la tendencia de apropiarse la culpa que impera a los pacientes depresivos. Así tenemos que la conciencia moral (Gewissen, en alemán) deja de cumplir en los enfermos hipomaníacos o maníacos su función primordial, en tanto que en los enfermos depresivos funciona como una entidad mental hipertrófica, provista de unos tentáculos desproporcionados. De aquí que sea bastante común encontrar enfermos melancólicos que se mortifican con autoacusaciones o remordimientos por algo anodino o de lo que no son responsables. Los depresivos se sienten culpables de todo y los hipomaníacos de nada.
Después de haber atacado a los supuestos gigantes dotados de brazos descomunales, producto de la transformación ilusoria de los molinos de viento, recuperó don Quijote la capacidad perceptiva normal al extinguirse su fuego delirante, lo que le permitió ver los molinos como tales. Pese a ello, continuó convencido de que eran gigantes, que ahora, mediante el encantamiento mágico inducido por el mago Frisón, habían tomado la forma de molinos para permitir a los gigantones escapar indemnes y “por quitarme la gloria de su vencimiento” (I, 8).
Para conocer mejor quién era don Quijote resulta imprescindible detenernos en la descripción de su modo de vivir las dos categorías existenciales básicas: la temporalidad y la espacialidad, lo que nos llevará a comprobar que sus rasgos correspondían con las respectivas características presentes en el hombre hipomaníaco.
El avance del presente lo vive el hipomaníaco como si se produjera a saltos, sin continuidad entre un momento y otro. Pues bien: don Quijote emprendía cada lance como si fuera único, una novedad desprovista de antecedentes similares, sin aprender nada de las anteriores experiencias.
La expansión al exterior del dilatado Ego hipomaníaco requería la disponibilidad de un marco espacial amplio y sin límites definidos. Pues bien: esta dromomanía se concretó en don Quijote en la realización de tres salidas. Ninguna de ellas obedeció a una fuga sino a la salida del hogar para aventurarse por campos y villas, valles y montañas, para restablecer la justicia dictada por los estatutos de la profesión de caballero andante.
La confirmación de la bipolaridad del cuadro clínico de don Quijote se establece en forma de ondas depresivas más o menos fugaces y dos secuencias clave que analizamos a continuación.
Las ondas depresivas se verificaban en forma de ráfagas cortas o fugaces inducidas por factores externos, lo que una vez más está en consonancia con la hipersensibilidad emocional propia de los pacientes bipolares. He aquí las ondas depresivas que interrumpieron siquiera brevemente la festividad hipomaníaca de don Quijote:
−El sentimiento de vergüenza que le apresó a raíz de haber desbaratado el retablo de Maese Pedro (II, 26).
−El abatimiento experimentado a la salida de la cueva de Montesinos (II, 25).
−La soledad causada por la ausencia de Sancho, desplazado para hacerse cargo de la Ínsula Barataria (II, 44).
La única ráfaga melancólica mantenida con cierta tenacidad fue la provocada por el encantamiento de Dulcinea (II, 11).
La actividad de penitencia desplegada por don Quijote en Sierra Morena estaba integrada por un cuadro mixto maníacodepresivo, en el que alternaban los momentos de llanto, los suspiros, los ayes y las lamentaciones, asociados con cabezadas contra las peñas, con muestras de euforia en forma de piruetas de alegría, cánticos de amor y versos románticos.
(Por cierto, Antonio Machado, en Cartas a Pilar, Anaya, Madrid, 1994, carta 19, se sentía maravillado por el título del lugar:
“Qué bien los nombres ponía
quien puso Sierra Morena
a esta serranía”).
Las vivencias de don Quijote experimentadas en la cueva de Montesinos se identifican a la luz de los modernos descubrimientos científicos como una ensoñación o parasomnia registrada en el contexto de una fase de sueño rápido. Este tipo de sueño sirve de marco a la mayor parte de los sueños nocturnos y no se inicia hasta después de haber pasado dos horas a partir de haber quedado dormido el individuo. Los pacientes hipomaníacos o depresivos poseen la peculiaridad de soñar nada más quedarse dormidos y sus sueños toman con cierta asiduidad la forma de vivencias experimentadas como si fueran una realidad, descritas por la moderna ciencia como parasomnias o ensoñaciones. De esta suerte la ensoñación de don Quijote fue vivida por él con un carácter de realidad y como si tuviera una duración muy prolongada. Merece la pena insistir en su temática melancólica: un cortejo de mujeres enlutadas desconsoladas a más no poder, presididas por la señora Belerma que exhibía en sus manos el corazón de su amado caballero. En suma, una melancolía de duelo colectivo plañidero ennegrecido con la amputación de un órgano vital. Una pintura negra de Goya.
A la salida de la cueva contabilizó Sancho la duración de la estancia en ella de don Quijote en una hora, mientras que nuestro héroe aseguraba haber permanecido en la gruta tres días. Este error lo explica la ciencia actual porque las parasomnias propias del sueño rápido son vividas con la sensación de tener una larga duración al tiempo que se experimentan como si fueran hechos reales. Los sucesos vividos por don Quijote en la cueva de Montesinos son tan fantasiosos que el propio Cervantes los calificó de “apócrifos” y carentes de una explicación razonable, explicación aportada por la ciencia moderna.
IV
Una vez establecida la rúbrica diagnóstica de trastorno delirante del espectro bipolar me propongo estudiar la existencia de don Quijote como una vida consagrada al deber y al amor.
El delirio de don Quijote era un delirio de acción, un delirio extendido al pensamiento y a la conducta. Don Quijote ejerció como delirante, dominado por el poder del delirio. (Hay delirios recluidos en el pensamiento como delirios ocultos, llamados delirios latentes o subyacentes, que no se traslucen al exterior ni se reflejan en la conducta. Es el caso del estudiante que se siente iluminado a cambiar el mundo, o el modesto cura que atiende habitualmente a su parroquia convencido de que es el nuevo Papa y tantos otros casos).
El delirio rige la vida de don Quijote, modelándola como una vida consagrada al deber y al amor. El deber de caballero andante, sujeto al imperativo categórico de Inmanuel Kant: “Haz lo que debes”, desviado o independiente de la escala de valores más o menos universales tipo Max Scheler. Y es que don Quijote no era un predicador ni un apóstol sino un profesional de la caballería andante que trataba de cumplir con su deber inspirado en el principio de “desfacer entuertos y agravios” haciendo justicia por las villas y los caminos, estimulado por la motivación personal narcisista de conquistar fama mundial y gloria universal, al tiempo que Cervantes se complacía en dejarse llevar por la inquina contra la justicia de los despachos, para reivindicarse del maltrato que le habían proporcionado varias sentencias injustas y el encarcelamiento en tres ocasiones.
Pudo haberse inspirado don Quijote para el cumplimiento de su deber caballeresco en las Órdenes Reales de Castilla, promulgadas por los Reyes Católicos dos siglos antes y en el texto Doctrina de la Cavallería, de Alonso de Cartagena, libro publicado en 1487, sin descuidar el ejemplo aportado por los hábitos de los caballeros andantes extraídos de los libros de caballerías, especialmente de los Amadises, ya que don Quijote consideraba a Amadís como “el más perfecto caballero andante”. Todas estas inspiraciones confluían en prestar un especial interés a la protección de las mujeres.
La predilección protectora hacia la mujer la extremó mucho más don Quijote hasta polarizar sus obligaciones en ellas con un tinte machista y falocrático. Un tinte machista al extender la protección a toda mujer (las doncellas, las maltratadas, las viudas y las veteranas vírgenes) no sólo contra el forzamiento obra de los follones (holgazanes), los malandrines y los gigantes descomunales, sino contra ellas mismas dada su frágil condición moral, “al ser de vidrio la mujer”.
Su obligación al servicio de las damas tomaba además un sentido falocrático al extender la protección de la integridad física y la honra de ellas a regir el destino de las mujeres aportándoles felicidad para lo cual se proponía ayudar a las vírgenes a casarse para poner fin a su virginidad y así “evitarles marcharse a los ochenta años a la sepultura como la madre las había parido, sin haber tenido la oportunidad de disfrutar terminando con su virginidad”.
Por otra parte, la actitud de don Quijote ante la mujer estaba infundida de amor, un amor platónico o espiritual. Era tal el revestimiento amoroso al que se sujetaba la relación de don Quijote con toda mujer, que bien puede hablarse de erotomanía. Era un amor platónico o desexualizado mantenido por la creencia de que toda mujer se sentía fascinada por él. Ante cualquier mujer con la que conversaba volaba la fantasía de don Quijote hasta hacerle pensar que la dama se había enamorado de él. Enamoramiento recibido por nuestro caballero, según las ocasiones, como un halago a su masculinidad, una tentación femenina o una acción maléfica manipulada por los magos enemigos suyos para apartarle de Dulcinea.
Por encima de la actitud erotómana proyectada por don Quijote sobre el mundo femenino próximo, se albergaba desde el principio de su nacimiento la convicción delirante del amor erotómano por Dulcinea. Era un amor nacido en el intercambio de miradas honestas con una rústica aldeana y erigido en una pasión delirante compartido por ella (el intercambio de miradas como germen del amor es una réplica de lo que le sucedió a Dante con Beatriz).
El conjunto de la erotomanía de don Quijote, distribuida en ocasional y permanente, tenía un carácter marcadamente platónico. Aquí surgen dos incógnitas: una, de dónde provenía su erotomanía generalizada y, otra, su marcado señalamiento platónico. En los estados eufóricos patológicos de grado hipomaníaco la libido sexual se encuentra muy activada. En el caso de don Quijote esta libido exaltada tomó la configuración de una libido platónica por varias razones ajenas a la ingenuidad de don Quijote.
Don Quijote no era un ingenuo sexual. En una ocasión refirió a Sancho el cuento de la viuda, a la que todos sus familiares y amigos trataban de apartar de su amante por sus ínfimas cualidades humanas, a lo que ella replicó: “Para lo que yo le quiero, sabe más que Aristóteles”.
La libido exaltada de don Quijote se canalizó hacia el platonismo al converger sobre ella varios factores distribuidos en las estirpes biológica, psíquica, espiritual y cultural:
−La edad avanzada del hidalgo (factor biológico),
−La falta de costumbre propia de un largo celibato (factor psíquico),
−La sublimación exigida por el cumplimiento del deber caballeresco, anteponiendo el deber al placer (factor espiritual),
−El modelo platónico inducido por la lectura de los libros Los diálogos de amor, de León Hebreo, y El cortesano, de Baltasar Castiglione (factor cultural).
V
No sólo era don Quijote un paciente bipolar delirante entregado al cumplimiento del deber caballeresco y complacido en las vivencias del amor platónico, sino un paciente mental que tenía las características de ser un loco lúcido, un loco kafkiano, un loco generoso y un loco español genuino.
El loco de ayer es el psicótico de hoy, toda vez que la ciencia rechaza el término locura por acumular una carga semántica tradicional peyorativa al modo de un insulto y porque en el argot popular se empareja con la insensatez como si no existieran enfermos mentales protagonistas de grandes hechos literarios, artísticos o históricos y abundaran los disparates o los desatinos a cargo de sujetos considerados normales. (Si empleo hoy aquí los términos loco y locura es para ajustarme a los tiempos en que fue escrita la novela).
Con relación a la designación de loco lúcido, el propio Cervantes presenta a don Quijote como el ingenioso hidalgo en el tomo I y como el ingenioso caballero en el tomo II, o sea como una persona ocurrente o imaginativa. El Caballero del Verde Gabán, un cursi redomado, describe a nuestro héroe como “un cuerdo loco y un loco que tira a cuerdo”.
Alternaba don Quijote los extravíos de la realidad con momentos de lucidez luminosa. Entre sus espacios más brillantes sobresalían los discursos sobre la libertad (“la libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos”, II, 58), los tiempos dorados (I, 11), las armas y las letras (I, 37) o las normas dictadas a Sancho para el recto gobierno de la Ínsula Barataria (II, 42, 43, 51), a los que se agregan sus sorprendentes comentarios sobre la educación de los niños, la psicología femenina o el patriotismo.
La coexistencia de lucidez y delirio no se debía a que el delirio claudicase por ser parcial, dubitativo o intermitente, sino a que constituía un sistema temático coherente, de modo que por fuera de él era cuando don Quijote mostraba su costado lúcido. Bien lo dejó acreditado el cura de la novela: “De manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy bien entendimiento” (I, 30).
La calificación de loco kafkiano la merece nuestro caballero en atención a su acumulación de absurdidad cómica, ya que este tipo de creación es lo kafkiano por antonomasia. La absurdidad cómica, una nota caracteristica de los personajes de Kafka y de sus aficiones personales, consiste en no tomar en serio una situación trágica o excederse en seriedad describiendo una escena poco razonable o totalmente irreal con el más puro comentario lógico. Es el caso del preso que ignora hasta por qué lo han arrestado y cuando trata de indagar algo, el carcelero le replica “es que ustedes quieren saberlo todo”. Es el caso del agrimensor que camina y camina sin conseguir aproximarse al castillo, pero a la vez sin alejarse de él. El caso del simio primate que en el “Informe para una academia” confiesa haber tomado la decisión de transfigurarse en hombre, movido por el deseo de adquirir la cultura de un europeo medio y alcanzar un trato respetuoso de los hombres que lo mantenían enjaulado. En las “Aventuras del valeroso soldado Schwejk”, una de las lecturas predilectas de Kafka, un vendedor de perros y bebedor de cerveza, reclutado como soldado y enviado al frente, se desentiende del enemigo y se dedica a perseguir vacas para ordeñarlas.
Don Quijote era el icono de lo absurdo cómico al encarnar unos ideales de justicia universal en una grotesca figura de ultratumba, cual un fantoche o un esperpento escuálido arrugado por los años, armado con un lanzón de los abuelos y a lomos de un flaco rocín, acreditando su definición no como “el Caballero de la Triste Figura”, sino como “el Caballero de la Cómica Figura”, un caballero construido sobre la conjunción contradictoria de lo sublime y lo ridículo.4
Existen otras similitudes entre el genial autor checo y el caballero andante. Entre ellas se puede destacar la sensación del espacio cerrado que llevó a don Quijote a efectuar tres salidas por las villas y los caminos, en tanto que Kafka aquejaba sentirse prisionero del espacio angosto en su hogar, en la oficina y en sus diferentes viviendas, vivencia presente en muchos de sus personajes en forma de pasillos tortuosos y salidas difíciles de encontrar, todo lo cual llevó a Kafka a añorar como compensación el espacio infinito en La construcción de la muralla china. Sobre estas coincidencias entre el caballero español y el escritor checo no sólo merece uno el apodo de loco kafkiano sino el otro el título de “quijote moderno”.5
(Kafka dedicó al Quijote unos comentarios muy elogiosos, al tiempo que alegaba que el fracaso de don Quijote “era haber elegido a un escudero tipo Sancho Panza”. Por lo que se ve el escritor simpatizaba con don Quijote y no con Sancho).
Don Quijote es, sin duda, un loco generoso. El supremo gesto de generosidad del caballero fue acudir durante el par de semanas que permaneció en su casa, después de haber realizado la primera salida, a visitar al vecino más humilde y rudo para extraerlo del establo y convertirlo en su íntimo compañero de fatigas, contratándolo como escudero tal como prescribían los estatutos de caballerías.
Sancho Panza, una vez alejado del pesebre, sencillamente por el disfrute de la asidua compañía de unas personas corrientes, sin precisar asistir a un máster universitario ni contar con el apoyo de un profesor, el tonto y necio del Quijote I experimentó un profundo giro en su mentalidad, hasta el punto de que en el Quijote II se le dice que habla y piensa como un catedrático, un canónigo o un filósofo. Yo mismo he comentado el hecho como “el proceso de socratización de Sancho”. El primer expresidente de la II República Española, Niceto Alcalá Zamora, jurista de profesión, colmó de elogios a Sancho como administrador de justicia en la Ínsula de Barataria, con la sorprendente afirmación de considerarlo “excelente juez, mejor sin duda que muchos letrados de la universidad”.
Por dos razones es don Quijote un loco español genuino. En primer lugar por reciprocidad, ya que los españoles venimos siendo tildados de quijotes, si bien sin especificar si ello se refiere a albergar una sublime espiritualidad, mostrar un comportamiento ridículo o implementar unas acciones desprovistas de efectividad.
En segundo lugar y sobre todo, porque fue España la única nación del mundo que en los siglos XV y XVI mantenía la concepción naturalista del enfermo mental. En 1409 se fundó en Valencia el primer establecimiento psiquiátrico del mundo del que se tienen referencias seguras y en el mismo siglo XV se constituyó una red de seis centros psiquiátricos. En esta línea, la reina Juana de Castilla fue apodada por el pueblo “Juana la Loca” cuando en cualquier otro país se la hubiera llamado “Juana la Posesa”. A la vez, en aquel tiempo se publicó en nuestro país una serie de importantes libros relacionados con la salud mental, como los del pedagogo Luis Vives y el Examen de los ingenios, de Huarte de San Juan. Esta Edad de Oro de la psiquiatría española coexistía con la persecución de brujas en Francia, la quema de Juana de Arco en la hoguera por los ingleses en 1431 y la publicación en 1486 del libro Malleus Maleficarum, por dos dominicos alemanes, libro popularizado como El martillo de las brujas. De suerte que sólo en España podía haberse publicado un libro centrado en la historia personal de un paciente mental.
VI
Entro en la última parte de mi exposición dejándome llevar por la indignación, trocada en el célebre J´accuse de Zola.
Acuso a algunos críticos y comentaristas del Quijote de haber hecho una lectura sesgada del texto, en lugar de una lectura comprensiva, lo que les condujo a otorgarle una orientación primordial filosófica o teológica.
Acuso de cervanticidas a los que niegan la enfermedad mental de don Quijote, tal vez para tranquilizarse, cuando el héroe de la novela es presentado por Cervantes como “un loco de remate”.
Acuso de anticervantistas a un sector de escritores de la Generación del 98, presidido por Unamuno y Azorín, que se proclamaban quijotistas a la vez que negaban la autoría de Cervantes al considerar el texto superior a su talento, como si fuera una creación del lector.
Acuso al propio don Quijote como usurpador de la gloria inmortal de Cervantes al hurtarle homenajes y monumentos hasta el punto de ser más famoso que él a lo largo y ancho del mundo actual.
Formulo estas acusaciones en nombre de una novela universal realista psicopatológica y polifacética. Su plano central está integrado por la historia personal de un paciente mental auténtico, en torno a cuya vida se estructuran varios planos (histórico, sociológico, cultural, religioso, moral y otros). He hablado en nombre de una novela que al tiempo divierte, ilustra y por su ejemplaridad altruista o espiritual emociona y conmueve, girando siempre alrededor de la historia personal de don Quijote, el eje auténtico de la novela, aunque les pese a muchos, tal vez víctimas gnoseológicas tanto de su propio adoctrinamiento ideológico como de su desconexión con la psicopatología. Recordemos a este respecto que ya Platón exigía “saber geometría” para ser admitido en su Academia.
REFERENCIAS
1. Alonso Fernández F. El Quijote y su laberinto vital. Madrid: Anthropos; 2005.
2. Alonso Fernández F. Don Quijote entre la usurpación y el delirio. Madrid: Fundación Sanofi Aventis; 2005.
3. Alonso Fernández F. Don Quijote, el poder del delirio. Madrid: La Hoja del Monte; 2015.
4. Alonso Fernández F. Kafka el genio y su psicopatología. Anales Real Academia Nacional Medicina 1991;(108)3:679-689.
5. Alonso Fernández F. Metamorphose et delire chez Kafka. En: Yves Pélicier (ed.). Les écoles de Vienne. París: Económica; 1988; págs.141-155.