Salud Mental 2016;
ISSN: 0185-3325
Fracturas de la conciencia cotidiana
Jesús Ramírez Bermúdez
Un mal día empieza semanas antes de acontecer. Entre viajes y compromisos, no encontré tiempo para reponer una tarjeta de circulación, cuyo extravío me impidió verificar mi automóvil oportunamente. Al mirar el auto con nostalgia derrotista, advertí una llanta sin aire. Cuando la incomodidad venció a la procastinación, usé mi periodo vacacional para arreglar esta cadena de infortunios menores. La novela burocrática inició en la oficina de la Tesorería, continuó en el Ministerio Público, donde debía reportar la tarjeta extraviada, y alcanzó notas de tortura en las oficinas de control vehicular. Mientras veía las horas perderse desde una fila acalorada, recordé mi obligación de preparar una ponencia para la mañana siguiente: me comprometí a participar en un evento de la escuela lacaniana de París (o su versión mexicana). A pesar de mi admiración por el psicoanálisis, y por la penetrante obra de Jacques Lacan, no me cabía duda de que en ese foro sería declarado ideológicamente culpable antes de hablar, porque he cometido el crimen de usar una bata de médico, y para algunos críticos eso significa de manera automática que contribuyo a la compra-venta del cuerpo y las subjetividades (como sabemos, una buena teoría de conspiración no se rebaja a buscar evidencias: la sospecha usurpa el lugar el juicio). Un ligero abatimiento al llegar a casa, y el lugar común del dolor de cabeza, me obligaron a recostarme en un sillón. En la mesa de la sala había un libro: Frente al cosmos: esbozos de cosmología cognitiva.
El sentimiento opresivo de la tarde se desvaneció en las primeras líneas. Primero sentí que el ruido cotidiano era suprimido suavemente: la basura cognitiva de las preocupaciones burocráticas del día anterior, y la angustia narcisista de mi proyección al futuro, se desvanecieron de manera gradual. Mi cuerpo también encontró una posición más cómoda: me descubrí estirando las piernas, aflojando los hombros; en general mi organismo entró en un ciclo de relajación, y el tenso marcapasos respiratorio se volvió profundo y continuo. No tengo herramientas en casa para monitorear mi estado cardiaco, o la regulación dinámica del sistema hormonal, pero puedo imaginar, si me concede un poco de licencia poética, que todo el eje que conecta al sistema nervioso autónomo, con el sistema hormonal y el aparato circulatorio, hicieron también la transición hacia un estado de tranquilidad fisiológica. En otras palabras, entré en un estado de lectura.
En un mundo contemporáneo como el dibujado por Milan Kundera en El arte de la novela, en donde las trivialidades legislativas y las regulaciones económicas asfixian los anhelos de una experiencia vital, es urgente dar testimonio de los inusuales momentos de lucidez, que aparecen de manera espontánea, o que surgen como resultado del cuidadoso diseño de un pensador. Es el caso de Frente al cosmos: esbozos de cosmología cognitiva (Editorial Herder, 2016). El autor, José Luis Díaz, ha dedicado una vida entera a desarrollar su propia conciencia, mediante las artes literarias, la música, el estudio de las humanidades, la práctica contemplativa propia de las tradiciones orientales, y ante todo, mediante un recorrido científico amplio, que abarca la psicología, la medicina, la neurobioquímica y su brazo experimental (la farmacología), la etología, y en un movimiento que reúne a todas las categorías anteriores, las neurociencias.
De José Luis Díaz he leído un ensayo que recomiendo a todo lector interesado en la teoría del conocimiento: El ábaco, la lira y la rosa. Las regiones del conocimiento (FCE, 1997), así como un riguroso estudio sobre la simbología prehispánica, titulado El vuelo de la serpiente. También he leído sus libros colaborativos acerca de la genealogía evolutiva de la mente humana, y acerca de la agresión y la violencia. Todos ellos aportan ideas muy valiosas para el gran debate cultural contemporáneo donde las religiones, las artes, las ciencias, las humanidades, se ven confrontadas a veces en torno a cuestiones éticas. De hecho, algunos de los artículos recientes de José Luis Díaz abordan el problema del cerebro moral, de cómo se generan sentimientos morales y de qué herramientas podemos usar para medirlos. Otra línea de investigación del autor que ha madurado en los años recientes, se refiere al estudio neurocientífico del arte en general, y de la música en particular. Más allá de la especulación y el juego heurístico, que bastaría para situarlo como uno de los mejores ensayistas científicos de la lengua española, sus trabajos de neuromusicología involucran la evaluación experimental de los significados de la música, que toman la forma de una narrativa de las emociones musicales: mediante estudios de resonancia magnética funcional, José Luis Díaz, y un equipo de neurocientíficos de la Unidad de Neurobiología de Querétaro exploran los correlatos cerebrales de una narrativa emocional simbólica inducida por los sonidos musicales.
También se puede decir del autor que escribió un clásico de la neurofilosofía, La conciencia viviente, más completo y riguroso que otros textos de celebridades científicas internacionales, como The astonishing hypothesis, de Francis Crick, y muchos otros que abordan también el problema de la conciencia. José Luis Díaz estudia a profundidad prácticamente todas las facetas científicas del problema, desde el dolor como experiencia subjetiva, hasta el desarrollo de la atención mediante prácticas contemplativas, los métodos fenomenológicos, hermenéuticos, la narratología y el valor epistemológico de los informes en primera persona. Además del rigor y la erudición de amplio espectro, La conciencia viviente presenta una hipótesis original: el planteamiento de la conciencia como resultado de un enjambre neural, con su respectiva posibilidad de modelización.
Frente al cosmos, nos informa el autor, se empezó a gestar textualmente en 2010, como un comentario a la ponencia “El universo y Galileo”, del astrónomo mexicano Manuel Peimbert, aunque podemos suponer que las raíces cognitivas y afectivas del libro surgieron mucho tiempo antes, probablemente en experiencias de pasmo y asombro, acontecidas frente al cielo abierto nocturno, y propias de una conciencia cosmológica inicialmente intuitiva. La lectura de las ciencias astronómicas, y la práctica de la observación telescópica del cielo, han permitido en el autor el desarrollo de una conciencia cosmológica ampliada y reflexiva. El apéndice titulado De la experiencia de un eclipse incluye un escrito publicado en 1997, en el libro El ábaco, la lira y la rosa: es el testimonio de un eclipse total de sol, que tiene un alcance literario infrecuente: su valor poético radica en la exactitud científica, y su objetividad científica depende de la calibración sofisticada que se ha hecho de la herramienta astronómica: el telescopio, desde luego, pero ante todo de la conciencia. Se trata de un texto fenomenológico formateado por habilidades de percepción bien entrenadas, precisión lingüística y un trasfondo emotivo que se comprende mejor si leemos el capítulo IV: La cosmovisión mítica y el asombro del astronauta.
El capítulo IV hace un recorrido por Las variedades de la experiencia religiosa, de William James, por la mitología fundacional de las religiones mediterráneas, por la poesía de Dante, San Juan de la Cruz y William Blake, para detenerse en el título de un libro escrito a principios del siglo XX por un psiquiatra canadiense, Richard M. Bucke, titulado La conciencia cósmica. La tesis de Bucke es que mediante “un proceso evolutivo de corte darwiniano algunos seres humanos desarrollan un tipo de conciencia avanzada, una conciencia cósmica, que eventualmente les permitiría percibir directamente aquello que previamente se creía solamente mediante la fe. El elemento central del libro de Bucke es la sensación o intuición de unidad del cosmos del cual el visionario se siente parte integral mediante un estado ampliado o extático de conciencia”. José Luis Díaz utiliza este concepto como punto de partida para caracterizar lo que podríamos llamar neurocosmología, a partir del testimonio y las simulaciones, virtuales o artísticas, de los estados de conciencia alcanzados por astronautas. Es de particular interés para el autor el estudio de los estados emocionales de pasmo, sobrecogimiento, asombro, puestos en palabras por los astronautas, y posiblemente emparentados con la conciencia numinosa descrita como un “sentimiento terrible, oceánico y estético” por el teólogo de Marburgo, Rudolf Otto. El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung recuperó asimismo el concepto de lo “numinoso” para describir el estado emocional personal durante la experiencia de lo sagrado. Aunque el ensayo de José Luis Díaz está enteramente dentro de los confines de la reflexión científica, su investigación conecta los estados mentales de algunos astronautas en instantes privilegiados, con las experiencias fundadoras de algunas cosmovisiones míticas, lo cual abre la puerta a una naturalización de estas dimensiones subjetivas, caracterizadas como procesos de sincronización entre lo que algunas tradiciones renacentistas llamarían el microcosmos y el macrocosmos. Pero el sentimiento de lo numinoso, desconocido para la mayoría de las personas, es motivo de especulaciones estériles, mercadotecnia esotérica y comercio para las necesidades espirituales del nuevo milenio. Para desarrollar la conciencia numinosa, ¿existe alguna técnica cognitiva, dirigida a quienes no seremos astronautas o visionarios místicos?
Uno de los caminos para esta exploración aparece en el capítulo I: La astronomía sublime y el intracosmos de Kant, una pieza que pondera con cuidado el valor de la contemplación, siguiendo las intuiciones poéticas de Gaston Bachelard, para quien “la contemplación de la inmensidad y la grandeza determina en la mente una actitud interna que lleva el signo del infinito”. Es momento entonces de agradecer a José Luis Díaz el que nos permita hacer un alto en la conciencia cotidiana, habitada por el ruido informativo y la contaminación emocional, para regresar a una figura cognitiva que reúne sin fundamentalismos la cosmovisión mítica y el asombro del astronauta, el sentimiento oceánico de lo sublime y lo numinoso. Esta meditación literaria del autor pone en el centro de nuestros anhelos lo que tal vez sea el origen natural de las aventuras intelectuales y artísticas: la contemplación sostenida del firmamento: la serenidad y la apertura ante el misterio. Dejo la palabra al autor: “La contemplación perseverante del cielo en una noche despejada, y desde un paraje libre de contaminación lumínica suele ser una experiencia emotiva, estética y especulativa: nada menos que una conciencia cosmológica directa e inmediata. Su valor es tal que miembros de la comunidad científica y académica, así como representantes de agencias y organizaciones internacionales, consideran que la opción a un cielo nocturno inmaculado que permita disfrutar la contemplación del firmamento en todo su esplendor debe considerarse un derecho inalienable de la humanidad”. Si algún lector piensa que esta meditación cosmológica es sólo un fuego fatuo, místico o estético, lo invito a considerar la siguiente pregunta: ¿cómo es el mundo social que necesitamos construir para defender el derecho igualitario y universal a la contemplación de un cielo abierto?