En torno al sentido del dolor
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Resumen
El dolor y el sufrimiento han acompañado al hombre desde siempre. Lo encontramos en los mitos más antiguos y en el Libro del Génesis. Yahvé le dice a la mujer “Parirás con dolor” (Cap. 3, Vers. 16) y al hombre, “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Cap. 3, Vers. 19) y poco antes le había dicho que de ahora en adelante la vida le daría “espinas y abrojos” (Cap. 3, Vers. 18). Hay al menos dos tipos de dolores: el dolor-sensación y el dolor-sentimiento (Auersperg). El primero es más localizado, brusco en su aparición y pasa sin dejar huellas. Es el caso del dolor provocado por un pinchazo o una quemadura. El segundo es más difuso y pático, tiene una duración mayor y pasa en forma paulatina. Es el caso de la cefalea, del colon irritable, del dolor de columna, etc. Este tipo de dolor físico abunda en las enfermedades psíquicas, particularmente en la depresión. En sus formas enmascaradas, todo el cuadro gira en torno a la experiencia dolorosa, permaneciendo el compromiso del ánimo y el de los ritmos vitales en una suerte de penumbra. En el dolor es el cuerpo el que duele. En el sufrimiento, en cambio, lo que duele es el significado de lo que me ocurre. Ambos tienen al menos dos rasgos en común: el primero es su carácter pático, vale decir, que nos suceden, que no dependen de nuestra voluntad, y el segundo es que ambos aíslan, interrumpen nuestra relación con el mundo. El autor intenta responder la pregunta por el posible sentido del dolor desde una perspectiva histórica y una hermenéutica. Perspectiva histórica: para los antiguos semitas el dolor era una consecuencia del pecado, falta cometida ya sea por nosotros mismos, por nuestros antepasados o por nuestros primeros padres (pecado original). En el Nuevo Testamento el dolor ocupa un lugar central en la vida y muerte de Jesucristo. Por su sacrificio los humanos hemos sido redimidos y reconciliados con Dios. El mensaje de la cruz termina por convertirse en un mensaje de resurrección y de vida. En consecuencia, para el cristiano el dolor no puede sino pertenecer a la esencia misma de la vida. Esta concepción se mantuvo vigente hasta el siglo XIX. Cinco descubrimientos van a hacer tambalear entonces los cimientos de esta cosmovisión: el de la angustia por Kierkegaard, el de la evolución por Darwin, el del poder de las fuerzas económicas por Marx, el del absurdo por Nietzsche y el del inconsciente por Freud. Luego sobrevino la secularización, la “muerte de Dios” y el olvido de su Providencia; más tarde los totalitarismos, con las consecuencias de todos conocidas, y ahora nos encontramos en plena postmodernidad, con su alta tecnificación, la destrucción del medio ambiente, la manipulación genética y un falso sentido de libertad, donde todo parece estar permitido, hasta el punto de vivir rodeados de las formas más extremas de la obscenidad. Perspectiva hermenéutica: para ello el autor recurre a algunos textos del poeta Rainer Maria Rilke (1815-1926). Así, en uno de los Sonetos a Orfeo (XIX, 1ª Parte), él dice: “No se ha reconocido el dolor / ni se ha aprendido el amor / y lo que nos aleja en la muerte / no ha sido develado aún. / Sólo el canto sobre la tierra /santifica y celebra”. Según Heidegger en este poema se nos muestra la “co-pertenencia” del dolor, del amor y de la muerte. Su sentido permanece oculto al hombre moderno. Pero todavía nos queda el canto, allí donde se juntan la palabra y la música, canto que santifica y celebra la vida. En el segundo soneto elegido (VIII, 1ª Parte), el poeta afirma que “Sólo en el espacio de la celebración cabe la queja, / la ninfa de la llorada fuente, / velando sobre nuestro sedimento / para que se aclare ante la misma roca / que sostiene pórticos y altares”. Aquí la ninfa vela para que el arroyo de nuestras lágrimas (de sufrimiento) –el que a su vez constituiría nuestro “sedimento”, vale decir, nuestra esencia– se purifique al chocar con la misma roca sobre la cual están construidos nuestros templos. Hacia el final este dolor personificado en ese ser que el poeta llama “la Queja” se transforma en el verdadero intermediario entre los hombres y los dioses. En la Novena Elegía el sufrimiento aparece como uno de los valores superiores. Pocas veces le ha sido otorgada al dolor una categoría más elevada. El es mucho más importante que todo lo visto, oído o experimentado a lo largo de la vida. Y lo único que está a su altura es “la larga experiencia del amor”. La idea de la trascendencia del dolor vuelve a aparecer en la Décima Elegía: “Oh, cómo me agradaréis entonces, noches de aflicción. / Que no os haya acogido de rodillas, hermanas inconsolables... Nosotros, pródigos en dolores...”. Y más adelante el poeta nos enseña que el dolor constituye el sentido último de la existencia humana: “... Pero ellos son nuestro follaje / invernal y perenne, nuestro verdor oscuro del sentido, / una de las estaciones del año secreto, mas no sólo tiempo, / sino lugar, poblado, campamento, suelo, residencia...”.
Palabras clave:
Dolor, sufrimiento, depresión, fenomenología, hermenéutica